lunes, 18 de julio de 2011

La comitiva Parte I "Puesta en escena"


Seguramente estuviera la luna allí, detrás de aquellas imperturbables nubes que tildaban el cielo de pura melancolía, quizás estuviera el sol, quién sabe lo que se puede encontrar en un sueño, ¿un sueño?
El paraje desolado estaba cubierto con una gruesa manta de nieve en el cual se hundían mis pies en cada paso. Las ramas de los árboles totalmente desnudas se torsionaban tan bruscamente que parecían revolverse del dolor, un dolor que emanaba de la misma escena, un dolor tan profundo que desolaba el alma. El tronco de estos tan ennegrecidos como el puro abismo de la muerte, que hacían del horizonte boscoso un muro de oscuridad absoluta donde mis ojos se perdían con estupor.
Tenía frío, mucho frío, mis pasos torpes y débiles tropezaban con cada raíz expuesta que se ocultaban bajo la nieve y caía una y otra vez al suelo casi sin fuerzas para volver a enderezarme. Caminaba sin saber a dónde ir, miraba sin saber a dónde mirar, pero allí, en medio de aquel paraje impío, allí apareció algo que no entendía muy bien. Un ábside, pero tan solo un ábside, como si la otra parte del templo hubiera desaparecido, como si tan solo hubiera sido construido aquel ábside gótico en medio del bosque, pero ¿por qué? Me acerqué con paso presuroso para poder cobijarme en la desnuda piedra. Cuanto más me acercaba más inmenso parecía, más coloso, incluso pude apreciar una especie de puerta también gótica ante la majestuosa obra. Me detuve allí, justo delante de aquel paréntesis en el bosque, agazapado detrás de unos árboles. Veía cruces alrededor, tan negras como los mismos árboles, torpemente expuestas, como si no les hubiera importado la postura que escogerían.
¿Qué veían mis ojos?, mi alma sudaba de intenso frío, mi alma quería, ¡no!, ansiaba cerrar los ojos pero mi cuerpo seguía mirando estupefacto. En medio de aquella escena lúgubre había una comitiva encabezada por un niño, todos, aparentemente monjes, iban ataviados con largas túnicas negras y sus rostros se encontraban mirando al suelo fijamente. El niño portaba una vela en una mano y en la otra un hueso, aparentaba no más de cinco años, su tez tan pálida como la nieve misma, sus cabellos tan negros como los árboles, como si el paisaje se hubiera fusionado para crear a aquel niño. Todos a paso lento pasaban bajo el arco gótico de la supuesta puerta, pero no podía apreciar nada más. Esperé a que pasase el último de los monjes, y me dispuse a acercarme cautelosamente. Los músculos agarrotados del frío de mis piernas se juntaban para abrigarse mutuamente casi instintivamente, haciéndome caer una y otra vez aunque intentaba no llamar la atención de la misteriosa procesión. Llegué al pie de los muros que constituían la improvisada puerta gótica e intenté asomar mis ojos por ella. No había nada, no había nadie, solo el inmenso ábside que me miraba, como si en un momento u otro se fuera a abalanzar sobre mí como a un intruso. ¡Qué estaba sucediendo allí?, creía por instantes estar volviéndome loco, yo lo vi , juro que lo vi, juro que aquellos monjes estaban allí mismo siguiendo cada paso del niño que lideraba la procesión. Caí, sobre la fría piedra, agotado, el frío podía sentirlo ahora en los mismos huesos que temblaban incontroladamente por todo mi cuerpo. Allí postrado de rodillas contra el muro y con los ojos cerrados creí perder la consciencia, creía perderme, caer a un abismo sin fin. era incapaz de controlar mis pensamientos, imágenes funestas se presentaban ante mi mente sin control alguno, estaba cayendo en un profundo sueño que seguro que sería seguido de mi muerte, yo lo sabía pero no podía hacer nada.
-Abre los ojos- escuché de repente, justo delante de mí, era una voz tan dulce como solo la pueda tener un niño, abrí los ojos como si algo me diera fuerzas para ello. Allí delante de mí justo estaba postrado de pie el niño de la comitiva. A tan corta distancia podía apreciar sus profundos ojos como la profundidad del bosque mismo, la piel aún más blanca que la nieve pura y sus cabellos lustrosamente cuidados le daban una impresión de terror que ahogaba mi respiración. -¿qui...quién eres?- respondí lo primero que se me ocurrió, pero él no respondió, solo estaba allí, mirándome fijamente a los ojos con la vela en la mano derecha y el hueso en la izquierda.-¿dónde estoy niño?- pregunté, pero quizás fuera una imprudencia haberlo llamado niño, haberlo tratado de autoridad inferior a la mía-no estás en ningún sitio, un muerto no está, un muerto no es nada, no puede estar-la voz tan gélida como el frío recorrió mi espina dorsal sumiéndome en una mezcolanza de terror y rabia-¿¡Cómo que estoy muerto!?-respiraba trabajosamente, me faltaba aire, sentía como si me faltase todo, quizás fuera el frío y no sintiera nada de mi cuerpo, pero también sentía que me faltaba la vida-has muerto a causa del frío, ya no eres ni serás, a salvo de que me sigas, a salvo de que cargues con tu vida, sino seguirás sin ser nada y cuando te deje desaparecerás.
<<> exhalé un profundo suspiro y de repente mis ojos se clavaron casi escapando de mis cuencas, mi respiración se cortó y mis nudillos se volvieron blancos de la fuerza con la que agarraba las mantas. Allí, al pie de la cama se presentaba el niño de tez pálida mirándome fijamente a los ojos con una leve curvatura en los labios. Quería escapar, salir corriendo, pero no podía, no era dueño de mi cuerpo y menos de la escena-Te dije que eras mío...-

Álvaro Durán Gracia

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